Agoniza el domingo y la mente busca con desesperación subterfugios para no afrontar un lunes inminente.
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Languidece el domingo: ¿Ya? Y llega el arrepentimiento de no haber aprovechado con ganas compulsivas y conciencia plena las 48 horas de tregua.
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Se esfuma el domingo y la cuenta atrás resulta morosa y trepidante a la vez.
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Se esconde el domingo por el horizonte y nos apoltrona con resignación en el sofá, contemplando con pasmo nuestra propia derrota en una lucha perdida de antemano contra ese molesto ciclo de siete días que nos obliga a esperar el viernes con un ansia mal disimulada.
Se despide el domingo y nos deja cara de idiotas.
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