18 de junio de 2011

Bildu y la bandera: la Historia se repite

Hace cuatro años, publiqué en el suplemento Crónica, del diario El Mundo, un pequeño reportaje sobre José Luis Sosa-Dias, el uruguayo que viajó a España con su familia a finales de los 70 para buscar, como tantos otros, una vida mejor que su país le negaba. En la dura despedida del aeropuerto de Montevideo, alguien le regaló una pequeña banderita uruguaya para que no olvidase sus orígenes. En la actualidad, José Luis es el mayor fabricante de banderas en España y el tercero en Europa.

En aquella ocasión, septiembre de 2007, dos fueron las razones para escribir aquel reportaje: mientras Regina Otaola, la alcaldesa popular del municipio vasco de Lizartza, echaba un valiente pulso a los abertzales izando la bandera española en el consistorio, las ventas de la enseña se disparaban con motivo de las manifestaciones que llenaban las calles en contra de la negociación del Gobierno con la banda terrorista ETA.

Entonces era ANV. Hoy es Bildu, que el 11 de junio y nada más tomar posesión de la alcaldía de Lizartza, retiró la bandera española para que solo la ikurriña ondeara en la balconada, incumpliendo así la legislación vigente con completa impunidad. Flagrante acto de ilegalidad y revancha que, por cierto, los medios de comunicación autoproclamados "progresistas" no consideraron digno de cobertura.

Aquellos que se empeñan en no ver más allá de su fanatismo, dirán que estos son asuntos menores que solo escandalizan a unos cuantos "fachas". No han entendido nada. No comprenden que nuestro empeño en que la bandera de España ondee en cada ayuntamiento no responde a un sentimiento caduco o meramente folclórico, sino que esa bandera representa la libertad, el Estado de Derecho que entre todos construimos: ese que no excluye, ese que nos equipara, que nos ampara y que se asienta en un sistema democrático cimentado en la Constitución de 1978. 

Esa bandera tiene hoy más sentido que nunca en los mástiles, por ser aquella que ningunean, desprecian y queman los mismos que atemorizan, coaccionan y matan en nombre de unos ideales que, legítimos o no, solo deben defenderse desde las instituciones y bajo un respeto pulcro de las leyes democráticas.

Cuatro años después, la Historia se repite. Es trágico y desesperanzador. Es triste e indignante. Pero ante todo, es un motivo más que suficiente para seguir homenajeando a valientes como Regina Otaola, para seguir demostrando desde la palabra y la valentía que somos muchos quienes estamos con los héroes cotidianos del País Vasco, independientemente de las siglas en las que militen, siempre que no sean las de los asesinos sanguinarios: hoy, Bildu; ayer, ANV; antes, Herri Batasuna.

Va aquí mi particular y humilde homenaje, recordando en la primavera de 2011 lo que entonces sucedía y lo que hoy -malditos ciclos históricos, quá ganas de hacerlos añicos-, se repite en un País Vasco que, tras dar su apoyo a Bildu con 313.000 votos, ha demostrado que está gravemente enfermo:


José Luis Sosa-Dias Astigarraga nació en Uruguay hace 49 años. A los 21 dejó su trabajo e hizo la maleta. En el aeropuerto de Montevideo, alguien le dio una pequeña enseña uruguaya y el pensó: "Algún día haré banderas".

Su llegada a España fue dura y áspera: inmigrante sin papeles, vendedor de libros puerta a puerta. Hasta que un día reunió a su mujer y a sus hijas en el salón de su piso madrileño en la calle Canillejas: "Vamos a hacer una bandera española... para probar". Dibujaron los moldes a mano, mezclaron las tintas con la batidora, secaron la tela en el tendedero y fijaron los colores en el horno donde otras veces asaban pollos. Prueba superada. A vender.

Hoy, 20 años después, Sosa Dias S.A. es la tercera empresa más importante del sector en Europa y la única en España que se dedica exclusivamente a la producción de banderas. En su sede de Colmenar Viejo, que abarca media hectárea de terreno, 90 empleados diseñan, imprimen, secan, planchan y cosen unos dos millones de metros de tela al año, que se convierten en enseñas coloridas de naciones, empresas e instituciones: más de 10.000 kilómetros de poliéster en dos décadas. "Fabrico las del toro solo por encargo, pero ahí tengo la batalla perdida con la producción china. Eso sí, de bajísima calidad". 

Controvetida como en pocos países, la bandera española está más de moda que nunca. Gracias a las manifestaciones masivas en contra de la negociación con ETA, las ventas han aumentado espectacularmente. Solo en el primer trimestre de 2007, Sosa Dias multiplicó sus pedidos por cinco (37.500 banderas) con respecto al periodo entre enero y marzo del año pasado, en el que se vendieron unas 7.500. Explica José Luis que la demanda siempre sube en primavera: "Es cuando la gente más se manifiesta". A río revuelto...

Mientras el Rojo 186 y el Amarillo 116, únicos colores lícitos para la enseña española, teñían las calles, los mástiles de ciertos consistorios, en el País Vasco y Cataluña sobre todo, se exhibían huérfanos de la rojigualda, ajenos a la ley que les obliga a ondearla. Meses después, muchos siguen vacíos. Es la larga guerra de las banderas.

A Regina Otaola, alcaldesa de Lizartza, no le bastó la intención. Cuando se propuso izar la señera española en el consistorio, descubrió que ni siquiera la tenían. Tuvo que pedírsela al Partido Popular. Cuando al fin pudo ondearla en la fachada, los 'abertzales' la ocultaron bajo una ikurriña desmesurada. 

A 424 kilómetros de Lizartza, José Luis, 'el banderas', recibe -orondo, tierno y bromista- con traje serio y corbata de estridencia multicolor: "Tengo más de 130. Todas, de banderas". Y sobre ellas lo sabe todo. "En Suecia -asegura maravillado-, no hay celebración sin bandera. Hasta venden las casas con mástil incluido. ¡Y en España se avergüenzan de la suya! Si llevas una camiseta con la bandera, eres un facha. Franco pasó. ¿Qué les pasa a ustedes?".

Precisamente la mayor bandera española nunca antes izada, la de la Plaza de Colón, en Madrid (290 metros cuadrados, 38 kilos y un mástil de 50 metros), hizo saltar el nombre de Sosa Dias al gallinero mediático. En 2002, defensores y detractores de la enseña nacional le pusieron en el punto de mira. Una emisora catalana de radio llegó a calificarle con desdén como "el uruguayo sin papeles que hizo la bandera de España". El se ríe: "También hago la madrileña, la murciana, la de Asturias, y nadie me acusa de ello".

Un haz de luz azulada proyecta el escudo real sobre una plancha de poliéster. Junto a ella, José Luis aclara que la bandera de Colón llevaba ya mucho tiempo izada sin hacer ruido: "Las alarmas saltaron en los círculos nacionalistas cuando el gobierno de Aznar quiso homenajearla una vez al mes. Antes había pasado desapercibida".

Delante de la máquina de estampados -inmensa cinta donde la tela entra blanca, se detiene, se empapa de color y corre hacia el horno de secado a 100 grados- José Luis hace una parada retórica para hablar de un tema espinoso: la bandera franquista. "Sí, la fabrico. Soy un empresario y hago lo que mis clientes me encargan. Una bandera es un símbolo cuando se iza. Yo solo vendo trapos de colores. El uso que les den no es cosa mía. ¿Qué sé yo si van a usar la del aguilucho para una manifestación o una película histórica?". En el almacén de productos terminados, la bandera de Franco y la de Azaña: "Vendemos unas 2.500 de la II República al año. Preconstitucionales, bastantes menos".

El olor de los tintes lo llena todo, se posa en la lengua y acompaña a José Luis dentro del gran montacargas que transporta el tejido húmedo hasta la sección de secado, plancha y enrollado. Al otro lado de la puerta, 18 mujeres cosen sin parar y en el suelo reposan dos sacos toscos y pesados: "Son las banderas de la plaza de Colón. Una vez al mes, arrían una y la sustituyen por otra mientras adecentamos la primera. Nos lleva dos semanas. Dos meses nos costó confeccionar la original. Y dedicamos otros dos solo al escudo".

Descomunal y esbelta, la enseña de Colón ondea al viento ajena a la guerra de las banderas. En los talleres de José Luis le curan las heridas. Allí, otras hermanas pequeñas siguen naciendo y conviven silentes con senyeras e ikurriñas, en una paz que se rompe en los escenarios calientes de la política nacional.

Enlace al reportaje original, publicado el domingo, 16 de septiembre de 2007:

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